Sobre Zbigniew Herbert, con motivo de la publicación del monográfico de la revista Turia dedicado a su figura

La poesía de Herbert no es fácil. Tampoco lo es la de Szymborska, pero su sentido del humor y sus recursos la hacen más accesible para un lector no demasiado exigente. En Herbert, en cambio, encontramos un peculiar sentido de la forma (sus poemas carecen de signos de puntuación, de adornos, y su dicción es deliberadamente pobre, prosaica, sostenida por recursos mínimos pero muy eficaces, como la enumeración y las repeticiones), un peculiar sentido del humor (una ironía trágica, como toda ironía verdadera, una melancolía teñida de escepticismo y de empatía con los más débiles, con las víctimas concretas frente a la monstruosidad de las estadísticas) y una devoción profunda por la tradición clásica. Estas características, unidas a la autoridad moral y al rigor que se desprenden de su mirada, alejan de su obra a cualquiera que confunda el arte de dudar con el cinismo, una confusión típica de este nuestro tiempo, de nuestra época despojada de sentido histórico y de dimensiones metafísicas.
Aunque la poesía de Herbert es de alto voltaje intelectual, es también una enemiga declarada de las abstracciones. La mirada del autor sobre lo humano es tan amplia como concreta, lo cual le permite encerrar en un detalle mínimo todo el acontecer de la civilización, toda su historia. Porque Herbert es, como Cavafis, el poeta de la Historia. Al igual que el autor alejandrino, el polaco extrae de los aspectos menos brillantes del pasado histórico revelaciones imperecederas sobre la condición humana.
En este nuestro tiempo, dominado por la polarización política, por la dictadura de la opinión, por la irracionalidad más burda, donde se vive como si no existiera el pasado, en un presente perpetuo cuyas únicas salidas son distópicas, leer a Herbert implica afrontar y reconocer la miseria y la orfandad del ser humano desde un punto de vista lúcido, antisentimental, antinarcisista y, por lo tanto, incómodo. Son muchas las cosas que uno, como lector, tiene que agradecerle, pero me quedo con dos: su ejemplo de lealtad al sufrimiento a secas (sin caer en la autopropaganda ni en la tentación del absurdo) como un signo inequívoco de la dignidad humana, y su ironía, que nunca se dirige al objeto, nunca a la poesía, sino a sí mismo, a la conciencia de su pequeñez, de la indignidad de su tiempo con respecto a los maestros y los logros artísticos que admira. Dos lecciones de humildad. Y de grandeza.
Ha publicado los libros de poesía “Adiós a la época de los grandes caracteres” (Pre-Textos, 2005) “El tiempo menos solo” (Pre-Textos, 2012), Premio El Ojo Crítico de RNE, 2013, y “O Futuro” (Pre-Textos, 2017), Premio Mejor Libro del Año 2017 concedido por el Gremio de Libreros de Madrid.
Ha traducido, individualmente y en colaboración, a Louise Glück, W.S. Merwin, Pascal Quignard y S. J. Lec, entre otros.
Ha dirigido, junto a Juan Carlos Reche, la revista de poesía “Años diez”. Y dirige actualmente, junto a la coreógrafa y bailarina Luz Arcas, la compañía de danza contemporánea “La Phármaco”.